"El mundo de ayer obedece a ese deber de dar fe y a la necesidad íntima de un hombre que vio cómo, mientras Europa se destruía a sí misma, todo lo que daba sentido a su vida, todo lo que de bueno había tenido su existencia particular, saltaba por los aires. Por sus páginas aparecen de cerca Rilke, Theodor Herzl, Gorki, Richard Strauss, ese otro exiliado lúcido y visionario que fue Sigmund Freud entre otros. Y aunque a veces la mucha complacencia de Zweig a la hora de recordar sus logros personales, su idealización de lo que se perdió y su creencia un poco mitómana en los grandes hitos del arte vuelva en ocasiones puntuales su lectura algo empalagosa, el valor de su testimonio alcanza aún mayor magnitud cuando pensamos que Zweig se suicidó junto a su mujer en Brasil nada más acabar el manuscrito. Dice Margaret MacMillan que muy pocas cosas en la historia son inevitables, que pocas veces miramos atrás para comprender lo que sucede, que necesitamos pensar cuidadosamente acerca de cómo se generan las guerras y cómo podemos preservar la paz cuando sobreviene otra crisis. La guerra no es un accidente: es un resultado. Y nunca se mira lo suficiente atrás para indagar las causas de lo que no tendría por qué haber pasado. Leer la evocación de los días de vacaciones previos al atentado de Sarajevo que hace Zweig demuestra hasta qué punto las guerras siempre toman por sorpresa a la gente. Leer su relato de la eclosión del nazismo prueba además cómo la incredulidad y la conmoción de lo que ocurrió en Europa en 1914, los más de nueve millones de soldados que murieron en los cuatro años siguientes, la devastación de todo un continente (simbolizada en el saqueo de Lovaina, la catedral de Reims o el corazón de Treviso), todo ese horror, puede olvidarse apenas una década más tarde cuando del centro de la humillación emerge un salvador con sus ideas fuertes."
No hay comentarios:
Publicar un comentario